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Tras la entrada en vigor de los aranceles del 10% impuestos por Estados Unidos a productos chinos, Beijing anunció un paquete de contramedidas económicas. Las nuevas tarifas, establecidas por el Ministerio de Finanzas de China, incluyen un impuesto del 15% sobre ciertos tipos de carbón y gas natural licuado, y un 10% sobre petróleo crudo, maquinaria agrícola, automóviles de gran cilindrada y camionetas. Estas medidas entrarán en vigor el 10 de febrero.

China también implementará restricciones inmediatas a la exportación de más de 20 productos metálicos y tecnológicos, como tungsteno y telurio, minerales clave en aplicaciones industriales y de defensa.

El Ministerio de Comercio chino agregó a Illumina, una empresa de biotecnología, y PVH Group, dueño de Calvin Klein y Tommy Hilfiger, a su lista de entidades no confiables, acusándolas de interferir en el mercado. PVH rechazó las acusaciones, señalando que siempre ha respetado las leyes chinas y expresó su disposición para resolver la situación.

Beijing además inició una investigación antimonopolio contra Google por presuntas violaciones regulatorias, a pesar de la limitada presencia de la compañía en China.

Estas acciones surgen mientras el gobierno de Trump aplica un amplio arancel del 10% sobre más de $450,000 millones en importaciones chinas. China respondió elevando tarifas sobre $20,000 millones en productos estadounidenses, lo que representa alrededor del 12% de su comercio bilateral.

Aunque las medidas chinas son moderadas comparadas con las estadounidenses, buscan enviar un mensaje claro sin dañar gravemente su propia economía.

Beijing denunció las acciones de Estados Unidos ante la Organización Mundial del Comercio (OMC), acusando a Washington de socavar el comercio multilateral y desestabilizar cadenas de suministro globales.

En medio de este panorama, Trump indicó que podría hablar con Xi Jinping en los próximos días para explorar soluciones. Ambos países enfrentan tensiones por su déficit comercial, rivalidad tecnológica y el tráfico de fentanilo.

Aunque la posibilidad de una guerra comercial parece latente, tanto Washington como Beijing han dejado abierta la puerta al diálogo, buscando evitar una escalada de represalias económicas que ya afectaron las relaciones durante el primer mandato de Trump.

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